"Su
memoria está encerrada en una jaula y, con la fuerza necesaria, la cerradura
puede romperse." Esa es una de las frases de la nueva cinta de Danny Boyle. El
cineasta británico tiene un sello propio y lo vuelve a llevar a cabo con
Trance, un hipnótico thriller psicológico (nunca mejor dicho) donde el director
de Slumdog Millonaire intenta golpear nuestra mente a través de un laberinto
visual donde su factura videoclipera consigue ser el recurso perfecto e idóneo
para que la cinta avance. Pero también para que se regocije de si misma. Porque
aquí Danny Boyle muestra sus mejores virtudes, cierto. Pero en opinión de este
humilde crítico también su kriptonita como autor.
El punto de partida es el siguiente: Simon (James
McAvoy), un empleado de una casa de subastas, se asocia con una banda de
criminales para robar una valiosa obra de arte. Pero, tras recibir un golpe en
la cabeza durante el atraco, descubre, al despertarse, que no recuerda dónde ha
escondido el cuadro. Cuando ni las amenazas ni la tortura física logran
arrancarle ninguna respuesta, el jefe de la banda opta por escoger un método
menos convencional; donde entrará en juego una psiquiatra especializada en
hipnosis.
La primera hora me parece magistral. Después de una intro donde Boyle usa la economía narrativa y su lenguaje cinematográfico (donde hasta un Ipad puede servir como cámara ocasional, por ejemplo) nos presenta las cartas a los 10 minutos. Donde otros se pierden en los preámbulos él va al grano. Bravo.
La primera hora me parece magistral. Después de una intro donde Boyle usa la economía narrativa y su lenguaje cinematográfico (donde hasta un Ipad puede servir como cámara ocasional, por ejemplo) nos presenta las cartas a los 10 minutos. Donde otros se pierden en los preámbulos él va al grano. Bravo.
Porque ahí veo el quid del film. El problema para un servidor es que, a partir de un determinado giro, Trance se rompe. El film acaba cayendo en una espiral de vueltas de tuerca constante tan radical que la reduce a poco más que un ejercicio de sobrealimentación de sus propios excesos. Es muy fácil perderse en su metraje pero da la impresión que el libreto de la película no es que tenga muchas capas es que lo han anabolizado de un falso sustrato para ocultar su vacío. Dicho de otro modo: Trance acaba siendo tramposa y mas hueca de lo que le gustaria hacernos creer.
No obstante, si repasamos la filmografia del británico tampoco nos debería sorprender esa dicotomía. En su ópera prima, cuya Trance tiene multitud de paralelismos ya se observaba esos personajes llenos de recovecos oscuros y retorcidos, esos excesos y giros bruscos de guión para intentar romper las expectativas del espectador aunque la irrealidad de lo que nos acontece en su último trabajo proporciona a Boyle la ocasión de rizar el rizo, aún mas que de costumbre.
Sin embargo, el film no aburre y el trío actoral está
a a la altura del director de Trainspotting; (que a pesar un par de decisiones
formales "discutibles" aunque también comunes en este realizador) muestra que es un magnífico narrador. Pero el
libreto de Joe Ahearne y John Hodge acaba enseñandonos una cruda realidad: que
en nuestra cabeza hallaremos una arquitectura psicodélica que configura un pasadijo
de espejos donde nuestros miedos, deseos y obsesiones adoptan extrañas formas.
Unas formas a veces indescifrables pero quizá no exactamente
"sutiles"como si lo fue su Tumba Abierta. Una lástima.
NOTA: 6,5
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