Aunque el siguiente proyecto de Spielberg basado en
un cuento de Roal Dahl es un retorno al Spielberg familiar de los 80, el
Spielberg de los últimos años y el que hoy nos ocupa son un indicativo que el
genio de E.T está para otras cosas. El Steven del nuevo siglo es un Steven más
oscuro y “maduro”, más político, más poderoso. Tal es ahora su fuerza que su
mano al ser tan alargada en la producción de blockbusters, ha hecho que su
faceta de director parezca su aparatoso hobby particular y en última instancia,
su testamento político. Munich, Lincoln y ahora el Puente de los Espías así lo
atestiguan. Y como él es el director de Jurassic Park, le importa un bledo
meterse en charcos; hecho cuyo súmmum alcanzó en el film protagonizado por Eric
Bana. Fue en ese film sobre los atentados en los Juegos Olímpicos de la ciudad
alemana donde un judío como él “dejó verde” a sus congéneres sin inmutarse. La
comunidad judía se le echó a la yugular pero Spielberg la hizo igualmente
porque el director de Tiburón sentía que tenía que hacerla. Y la hizo.Sin
embargo, ahora el problema es que tanto en Lincoln como en menor medida este
Puente de los Espías, Spielberg critica y luego pide perdón. No en vano, el
realizador de Ohio es un símbolo de supremacía USA y eso es algo
contraproducente si te tiras muchas piedras a tu tejado. Aunque en el caso de Steven, parece que
aunque le importa, lo hace relativamente.
Este aviso para navegantes es necesario antes de
meternos en análisis fílmico. El Spielberg político ha vuelto. Y en esta
ocasión, al menos, lo hayamos mejor camuflado que su anterior incursión en el
subgénero; por muy anti-comercial que en 2015 pueda ser este El puente de los
espías. Entre blockbusters de superhéroes, agentes secretos y un cine de
actores de bajo o mediano coste, Spielberg hace una película de despachos en la
Guerra Fría entre tribunales, negociaciones entre los lados del muro y ética
constitucional. Y no precisamente barata.
Por fortuna, para un servidor que se aburrió con
Lincoln, El puente de los espías no es otra película más del mejor director del
mundo. Visualmente, la película es superdotada a niveles estratosféricos.
Podría pasarme horas desmenuzando cada plano del film, obra de Spielberg y su
cinematógrafo Kaminski y, ya sólo por eso, valdría la pena ver la cinta. Pero
tiene más alicientes que eso. Para empezar, un Mark Rylance que roba media
película. Su rol es memorable y sólo os diré que él que seguramente estará
nominado a mejor actor de reparto este año. Y sinó, será injusto. Luego está el
aliciente del libreto donde encontramos unos oportunísimos momentos de humor
genuinamente coenianos (no en vano, el libreto fue retocado por los Hermanos
creadores del Gran Lebowsky).
También un Tom Hanks más James Stewart que nunca. El
actor de Big humaniza el personaje gracias a los momentos inspirados que frenan
el lado más discursivo del film, que está, sobre todo en la primera parte y en
la escena final. No obstante, el
subtexto del film más allá de algún exceso de cháchara legal planea dilemas
interesantes, entre ellos, el que vertebra el film. ¿Puede hacer un hombre lo
correcto en un mundo incorrecto?Curiosamente, eso la convierte en una de los
films más autorales de Steven Spielberg. La tozudez del protagonista nos
recuerda al de de ese Steven capaz de hacer todo lo posible para cumplir sus
principios, ya sea una cinta “anti-taquilla” como esta o incluso realizar el
plano perfecto. Simplemente porque cree en ella. Y eso, amigos, me parece
encomiable.
Así pues, El puente de los espías es, pese a sus
defectos, otra joya del maestro. Quizá no es la película que deseamos, pero sí
que es la película que nos merecemos. Y con ella, nos demuestra que la salud
cinematográfica del maestro sigue en pleno apogeo y aún es capaz de contar
buenas historias. Así que… ¿Qué más se puede pedir?
NOTA: 8,5
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