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jueves, 10 de octubre de 2013

CRÍTICA: CANÍBAL

Tenebrismo. Término usado en la pintura barroca que se refiere a esa clase de óleos cuyo violento contraste de luces y sombras es su rasgo más característico. Velázquez ya lo usó en muchos de sus cuadros y ahora otro andaluz la utiliza para hablar de un corazón entre tinieblas latiendo en Granada. Un corazón que se alimenta de carne humana.

No en vano, las imágenes de Caníbal (cuya fotografía fue premiada en San Sebastián) son la base para la sinfonía de silencios que su director Manuel Martín Cuenca funde con la sutileza y la angustia para erigir su última película. Una obra cuyo tótem es un asesino magistralmente interpretado con pasmosa intensidad (y a la vez contención) por un gran Antonio de la Torre. Sastre de día, asesino de noche. Siempre solitario y perdido en un mal que nunca acabamos de entender. Simplemente, él es lo que es y ese es el viacrucis personal del protagonista. Sólo la luz del personaje de la gran Olimpa Melinte parece la única capaz de iluminar su alma oscura...

La posible redención es lo que veremos al largo de esta obra de claroscuros, donde la forma le da categoría al por otro lado un género tan manido como el psycho-thriller. Pero el film lo revaloriza gracias a la forma en la que nos muestra el contenido. Es por eso, que lamento que su desenlace se me antoje algo apresurado e insatisfactorio. Creo que empaña ligeramente esta composición, casi como si una nota desafinada se colara al final de la función. No obstante, el trabajo ya estaba hecho. Caníbal es una de las mejores películas españolas de este año. Así que yo de vosotros le daría un bocado a este film. Quizás os sorprenda lo mucho que os gusta su sabor...

NOTA: 8


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