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domingo, 25 de enero de 2015

CRÍTICA: EL GRAN HOTEL DE BUDAPEST



¿Qué es el cine de autor? Un tema controvertido desde que realizó sus primeros compases cuando uno de los críticos más famosos y posterior cineasta, François  Truffaut estableció ese concepto al hablar en un séptimo arte donde el director es el responsable último y único de la película. Más allá de sus matices lo cierto es que dicha afirmación parece que ha sido aceptado por el imaginario colectivo como unos de los principales elementos del cine del autor. Y en el caso que nos ocupa parece innegable. “El gran hotel Budapest” es una película 100% Wes Anderson. El cineasta tiene un sello de fábrica que impregna toda su obra, y en especial, a partir The Life Aquatic, donde su sustrato logró una sublimación al trasladar ese contenido a su estética. A partir de aquí, el cineasta sigue con la misma visión del mundo y sin embargo, desde su incursión en “Fantástico Mr Fox”, parece conjugar mejor con unos estándares comerciales sin dejar de perder su esencia. Ese es quizá el hecho en el que ha convertido “El gran hotel Budapest” en la película más accesible de Wes Anderson, la más dinámica, la mas “espectacular” y más entretenida/divertida.


Dicha evolución se basa en inscribirse en el cine de aventuras europeas junto a un sentimiento de autoparodia potsmoderno que si bien siempre ha estado en la obra del director de Academia Rushmore, nunca había funcionado de la forma en que lo hace aquí. En parte a eso se debe por la extensa galería de actores de prestigio que se pasean dentro y fuera de esta lujosa casa de muñecas de botones violetas: Adrian Brody, Edward Norton, Bill Murray, Jeff Goldum, Willem Dafoe, Jude Law…y así un largo etceterá encabezado por un magnífico Ralph Fiennes en estado de grácia. Su tándem con el botones indio convertirá casi sin querer  la cinta en una revisitación irónica del mito Hergué, quizá mucho más consecuente que el Tintín Spielbergiano.


Pero Wes Anderson no es un cineasta corriente y este film también huye al encorsetamiento. Su agrio final es toda una declaración de intenciones, algo que no es nada nuevo en el cineasta pero en este caso, se me antoja menos natural que otras ocasiones, tanto como ese flashback matrioshkal como el que se inicia el film. Aun así, es un film que cuando arranca nos proporciona los mejores momentos de un cineasta de los que dejará huella inequívoca en el séptimo arte. Y cuyo mérito, si hablamos desde un punto de vista artístico, es solamente suyo.

NOTA: 7'5



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